25 abril 2010

PONERÓPOLIS, LA CIUDAD DE LOS MALVADOS

=Texto Pablo García Gutiérrez / Imagen Javier Monsalvett 0


Si Enrique Santos Discépolo definió el siglo XX como el siglo de la maldad,  apodándolo Cambalache. Seguramente que este nuevo en el que nos hemos instalado, sumará a los calificativos anteriores el de: el siglo del desprecio. Despreciamos la vida, la naturaleza, lo heredado a través de los años y lo conseguido a través del esfuerzo, la amistad, la intimidad, la soledad; los pilares fundamentales sobre los que se sustenta toda sociedad: el respeto a las personas, las leyes, las costumbres, la familia ( en el amplio abanico que ante nosotros actualmente se despliega ).

Por despreciar, hasta nos despreciamos a nosotros mismos, al ser humano. Y el caso es que todos somos buenas personas, hasta que se demuestra lo contrario; cuando un acto puntual, voluntario o involuntario, hace saltar la chispa convirtiéndonos en  malvados. Iba camino del trabajo, buscó en la guantera el teléfono que sonaba y sin darse cuenta invadió el carril contrario causándole la muerte inmediata al conductor que lo llevaba. Hombre, casado, padre de familia. No es un ejemplo, es una realidad que ocurre frecuentemente. Un segundo es todo lo que  uno necesita para convertirse en un ser despreciable. “

Tenía prisa por llegar a la cita. El semáforo estaba en ámbar. ¡Juro que pensé que me daba tiempo!. ¿Cómo iba a pensar que aquel crío cruzaría justo cuando se pusiera el semáforo en verde?. ¡Sólo tenía que haber mirado para comprobar que me echaba encima!. Todos somos buenas personas. Suena al juro que soy inocente de esas películas en las que un personaje normal y corriente es tomado por un delincuente. Y luego aquella otra frase, esta vez de boca del carcelero: Todos dicen lo mismo.

Me hace recordar una anécdota que siempre me ha llamado la atención y que en De la curiosidad, X., cuenta Plutarco ( uno de esos clásicos, también olvidados, también despreciados ), sobre una ciudad. Cuenta que el rey Filipo agrupó a los hombres más crueles e incorregibles que pudo hallar y albérgalos a todos en una ciudad que les hizo construir y que llevaba su nombre: Ponerópolis, la ciudad de los malvados. A pesar del carácter malvado y despreciable de sus corazones, se organizaron y de sus propios vicios, emergió  un entramado político y una justa sociedad. Pues bien, como si de una pesadilla se tratase, una y otra vez me pregunto si no seremos todos integrantes de una ciudad parecida, camuflada tras una fachada de bondad, de organización y de justicia, pero cuyos integrantes son portadores de un resquemor, de un egoísmo y de un vicio que sin previo aviso, nos hace convertirnos en auténticos ciudadanos de Ponerópolis: incívicos, crueles, egoístas y temerarios, y cuyos cimientos de justicia y de bondad están  hechos de barro. Actos que se ven todos los días: Coches aparcados frente a pasos de peatones o carriles bici, conductores suicidas circulando por un barrio más  allá del límite permitido, ciclistas que echan por tierra el terreno ganado por otros tras muchos años de lucha circulando temerariamente por zonas limitadas al uso de peatones, obras que obligan a los viandantes a bajarse de la acera para tener que circular por la calzada sin ningún tipo de protección ante el tráfico de vehículos.

Cada día me levanto con una sola idea: hacer todo lo que esté en mi mano para que mi ciudad esté limpia de todos aquellos vicios e injusticias que la hiciesen merecedora del nombre de Ponerópolis.

Escrito en Sevilla el 12 de Octubre de 2009

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