21 noviembre 2010

CUIDAR LA CIUDAD

 Texto e Imagen Felipe Bollaín


He de confesar algunas cosas que he logrado entender gracias al paso del tiempo y que ahora no comparto pero puedo comprender en la actitud del sector más joven –y en el no tan joven- de la sociedad. (Todas estas cosas tienen que ver con la ciudad porque en ellas se desarrollan los acontecimientos que nos unen).

Cuando yo era algo más joven, no tenía la conciencia muy educada con respecto al civismo, tanto es así que llegué a despreciar muchas de las cosas que mi ciudad me ofrecía y cometí diversos actos vandálicos y agresiones emocionales contra mis propios conciudadanos y contra mí mismo –supe de la destrucción y de la autodestrucción-, además de no recoger las cacas de mis perros o incluso tirar huevos a los autobuses coincidiendo con la festividad de la noche de brujas, o colocar petardos en nuestras naranjas amargas y lanzarlas contra el kiosko de Doña Francisquita, tumbando como unos bolos los botes de golosinas y, lo que es peor, dando un disgusto a una persona anciana y de salud delicada, o hacer botellona dejando toda la basura esparcida por el suelo y meando en las mismas esquinas que todos los demás, lo que explica el insoportable olor concentrado en alcohol que provoca el ejercicio continuado de esta práctica. En resumen: verdaderas estupideces rebeldes en respuesta a una situación difícil en muchos sentidos y sin una base realmente efectiva de toma de conciencia con respecto a estos asuntos. Estaba-estábamos los más- huyendo de circunstancias muy jodidas… Ahora tengo las herramientas suficientes para valorar los esfuerzos -con los que puedo estar más o menos de acuerdo según el caso- que hacen nuestros dirigentes por construir una ciudad más habitable para todos, teniendo en cuenta al peatón por encima de cualquier otro interés.  

Recuerdo una conversación con mi amigo Pablo Barco en la que estábamos plenamente de acuerdo y creo que -en su hiperactiva cabeza- fue el germen del proyecto Peatones de Sevilla. Ambos podríamos firmar las siguientes frases: “Me resulta difícil caminar por la ciudad, me da pereza, hay muchos obstáculos y se hace muy pesado llegar a cualquier sitio –pienso en las madres con hijos en edad de carrito y en los minusválidos; “todos somos minusválidos”, dice Jorge Riechmann-: mucho ruido, mucha contaminación acústica, mucha mala leche entre hermanos de nuestra propia especie angustiados por el estrés y el modo de vida occidental-capitalista.”

A veces pienso que caminamos por las calles de nuestra ciudad como si lo hiciéramos sobre nuestras propias heridas. Hay calles que cicatrizan de forma óptima y por las que es posible caminar respirando hondo y sintiéndose relativamente tranquilo y relajado. Todo depende también de cómo esta uno por dentro. Hace años yo estaba francamente perdido, en cambio ahora, llevo siete meses sin beber y sin apenas salir de marcha, ahora puedo elegir rincones de mi ciudad que me proporcionan la calma que necesito, puedo pasear en bici, puedo leer y escribir en agradables parques y acogedores bares. Veo las cosas de otra forma, utilizo lo que hay y respeto y sostengo lo que no me gusta de lo que hay.

Los cambios se ven en la gente. La ciudad es la gente que la habita. Me observo ahora y me considero un buen ciudadano. Observo a la gente y a veces pienso que –a menos que se les eduque desde temprana edad, con el ejemplo primordial de sus padres- van a seguir adoptando reacciones perniciosas, fruto de la ignorancia y el desprecio. Lo importante es ir ahí, a ese malestar, ocuparse de las personas, ocuparse de uno mismo, para que los edificios no se derrumben y sean hermosos, tanto por dentro como por fuera, como nosotros.

Felipe Bollaín nace en Sevilla en 1974. Forma parte del grupo poético-artístico aina libe, en activo desde el año 2008, dedicado a sacar sus creaciones artísticas a la calle. Recientemente ha publicado con la Editorial Conteros su primer libro de poemas e ilustraciones Los gatos han aprendido a abrir el frigorífico.