05 febrero 2011

CAMINANDO HACIA EL FIN DEL PETROLEO

 Texto Vicente Torres Imagen Albert González Aregall 
La presente crisis ha reducido algo el consumo de petróleo, e incluso ha abaratado (temporalmente) el precio de la gasolina. Se ha dejado de hablar del “pico del petróleo”, la evidencia de que las reservas de hidrocarburos van a menos en relación al consumo. La crisis energética aparecía relativamente próxima (en el lapso de vida de las presentes generaciones), y se estaba generalizando la preocupación por afrontarla o prevenirla. 

Bien es verdad que no todo el mundo encara el problema de la misma manera. Hemos vivido el breve espejismo de los biocombustibles, que la crisis alimentaria mexicana (consecuencia en parte de las subvenciones del gobierno Bush para obtener etanol del maíz estadounidense) se ha encargado de desenmascarar. Y ahora aparece otra nueva promesa, el coche eléctrico, pero sus baterías se cargan con electricidad producida en centrales que, sean del tipo que sean, suelen requerir grandes cantidades de energía para su construcción y funcionamiento, y emiten gases de efecto invernadero. 

A largo plazo, la industria automovilística propone otras dudosas alternativas, como el hidrógeno, pero las pilas de combustible tampoco son una “fuente de energía”, sino una forma de almacenamiento de energía. Al final tenemos que buscar las fuentes de energía primaria que ya conocemos: las destinadas fundamentalmente a la producción de electricidad: las térmicas de carbón, fuel o gas, las nucleares, y las renovables. Y la capacidad de todas ellas tiene un límite. 

Empresas, políticos y medios de comunicación se niegan a aceptar que las supuestas alternativas energéticas para la movilidad no están al alcance de las actuales generaciones. Abocados al fin del petróleo y los combustibles fósiles, nuestra reacción es trivializar el problema (la ya comentada búsqueda de “fuentes de energía” alternativas), o sencillamente ignorarlo. Los diferentes Gobiernos (central, autonómicos o locales) continúan programando y ejecutando unos monstruosos planes de infraestructuras para incrementar aún más la oferta de viario (uno de los elementos determinantes de la dependencia del automóvil). Si la planificación se cumple, se duplicará para 2020 la red de autovías y autopistas, cuando la ya existente nos coloca a la cabeza de Europa. En ese proceso, los cuerpos técnicos siguen justificando la necesidad de nuevas obras, con unas previsiones disparatadas de crecimiento del tráfico. Aquí no pasa nada. 

Sería más realista otro tipo de reflexión. Vale, reconocemos que tenemos una adicción al petróleo barato, y asumimos que sus consecuencias han sido graves: explosión del parque de automóviles y de los kilómetros recorridos, y por lo tanto mala calidad del aire, cambio climático, ruido, obesidad, accidentes... Contrariamente a otras drogas o adicciones, nos resulta imposible socialmente prescindir de golpe de “tomar coche”, pasar un período más o menos largo de síndrome de abstinencia, y rehabilitarnos. Ojo, hablamos del conjunto de la sociedad. Esta desconexión siempre resulta posible y deseable a escala individual. Aceptemos que socialmente es más difícil, que seguramente nos “moriríamos” de hambre (“comemos” petróleo incorporado al ciclo de los alimentos, en forma de maquinaria, abonos, pesticidas, transporte a larga distancia...), y ya no sabemos movernos autónomamente. De acuerdo, no podemos desintoxicarnos socialmente de golpe, pero tampoco tenemos por qué aceptar la adicción hasta morir de sobredosis. 
"Si la planificación se cumple, se duplicará para 2020 la red de autovías y autopistas, cuando la ya existente nos coloca a la cabeza de Europa".
Se impone, por tanto, iniciar un proceso de transición desde la actual sociedad, intensiva en petróleo y en transporte (en su economía, su producción de alimentos, su urbanismo y sus hábitos de vida), hacia una cultura de la proximidad y la autonomía humana. Y cuanto más clara, rápida y decidida sea esa transición, mejor nos irá. Hace ya algunas décadas que diversas ciudades e incluso gobiernos europeos han optado por esta línea de trabajo, sin duda con limitaciones y contradicciones, pero demostrando que ello es posible. Por ejemplo, las ciudades danesas, alemanas, holandesas... que ponen en marcha unas tupidas redes de transporte colectivo o de vías ciclistas, al tiempo que cierran los centros urbanos, e incluso los barrios, al tráfico. Los gobiernos (como el holandés, británico, sueco...) que incorporan los desplazamientos no motorizados en sus planes nacionales de transporte, y se marcan objetivos de incrementar significativamente su importancia, al tiempo que intentan reducir los desplazamientos en automóvil. 

¿Estamos hablando de una penalización, una carga, una imposición?. No, vivir con menos coches es más sano, más divertido y más barato. Y no nos olvidemos que la alternativa es mucho más dolorosa: tener que hacer ese desenganche del petróleo de forma traumática, ineficaz y violenta. Quizás nosotros (los países ricos) tengamos petróleo para rato. Esto es algo que no siempre se explicita, cuando hablamos del “fin del petróleo”. Conforme el petróleo sea más escaso, será más caro. Muchos países pobres, e incluso muchos sectores sociales de los países más ricos, ya no podrán comprarlo, mientras que otros seguramente lo haremos aunque sea a precio de heroína. Si hay que hacerse con la dosis, haremos lo que haga falta. Evidentemente, el escenario no sólo es injusto e insolidario, sino también explosivo y propenso a tremendos conflictos internacionales y sociales. El gobierno Bush quería anticiparse a esta situación asegurándose el control militar de las principales reservas, con el resultado catastrófico y desestabilizador que ya conocemos. 

Afrontar el fin de la era del petróleo puede y debe hacerse de otra manera: creando las condiciones para reducir progresivamente nuestra dependencia del petróleo, creando proximidad, agricultura ecológica, industria limpia... y redes de transporte no motorizado, así como de transporte colectivo. Los países o ciudades que lo hagan antes, estarán sin duda mejor preparados para afrontar la sociedad del petróleo caro. Y se aliviarán de una enorme carga financiera. España es uno de los países europeos más dependientes del petróleo, y lo ha estado pagando en mayor inflación y menor competitividad. Y no olvidemos que, cambie o no cambie a tiempo la sociedad, cada uno de nosotros puede ir cambiando ya sus hábitos personales. 

Aprender a vivir sin coche, volver a caminar, se convierte así no sólo en un acto político, una iniciativa de resistencia a los poderes del petróleo, sino en una forma de adaptación y supervivencia personal.

Vicente Torres es Profesor de Urbanismo Universidad Politécnica de Valencia.
Articulo publicado en el
Boletín periódico sobre el peatón en la ciudad (A Pie).